viernes, 23 de agosto de 2013

LA CORRUPCIÓN ADMINISTRATIVA.  GRAN ENEMIGA
Si hay algo en lo que en este tan radicalizado país,  podríamos  la gran mayoría estar de acuerdo, es en  la necesidad de unir esfuerzos  para erradicar o al menos llevar  a su mínima expresión este flagelo que socava  la legitimidad de las instituciones públicas, atenta contra la sociedad, el orden moral y la justicia, así contra el desarrollo social de los pueblos. Al combatir la corrupción se fortalecen las instituciones democráticas, se evitan distorsiones en la economía, vicios en la gestión pública  y el deterioro de la moral social.
La actuación corrupta  de un funcionario cuando antepone sus intereses personales o  de un sector al bien común  que debe ser la finalidad última de su proceder, por ser un acto aislado podría resultar fácil detectarlo y sancionarlo.  El problema se agudiza cuando estamos frente  al llamado “estado de corrupción”, situación que permanece en el tiempo como una enfermedad moral generalizada que tiende a expandirse, y que para muchas personas  lejos de ser un problema, resulta más bien un medio idóneo para resolver situaciones frente a la Administración Pública. Ello es realmente grave, pues implica reconocer que los actos de corrupción forman parte de nuestra cotidianidad y se conciben  como medios normales de resolver problemas,  actos que para muchos, inclusive, no tendrían que ser sancionados.  

De allí la necesidad de salir de este estado de corrupción, a través de un cambio de actitud ética donde se prioricen y rescaten determinados valores por encima de otros.  A través de un cambio de actitud de la sociedad frente al Estado, donde se exalte la honestidad administrativa  y se estimule a los funcionarios públicos honestos.  SÓLO A PARTIR DE ESA TOMA DE CONSCIENCIA MORAL SERÁ EFICIENTE  CUALQUIER DISPOSICIÓN QUE TIENDA A REPRIMIR  TAL SITUACIÓN. ANTES SERÍA REALMENTE INÚTIL